Fidel tenía un trabajo de oficina para una conocida marca de ropa de deporte. Después, dedicaba su tiempo libre leer libros, pasear y... a devorar series de televisión.
Una vez a la semana quedaba con un grupo de amigos con los que se tomaba unas cañas después del trabajo.
Sus 30 días de vacaciones de verano los aprovechaba para salir de la ciudad e ir a visitar a su madre a la casa del pueblo. Aquella mujer quería profundamente a Fidel, su marido había fallecido hacía poco tiempo y Fidel era su único hijo.
A pesar de ser una mujer muy controladora y haberle dado una educación rígida y conservadora, Fidel siempre estuvo muy pendiente de las necesidades de su madre, pues sabía que era su único contacto con el mundo fuera de su pueblo.
Y aunque la unión que sentía hacia su madre era muy grande, siempre habitaba en él una extraña mezcla de amor y rechazo, como un resentimiento que no sabía de donde venía y que le obstaculizaba sentirse plenamente cómodo y fluido en el plano emocional con ella.
Fidel no tenía grandes preocupaciones que lo angustiaran, no es que tuviera una vida muy colorida pero se sentía tranquilo en ella. Una vida sin sobresaltos, con un grado de seguridad y de bienestar con el que podía vivir adecuadamente.
Con eso le bastaba.
Y cuando todo parecía estar funcionando de la forma habitual, de pronto un día recibió una llamada.
Era su amigo Joaquín, de la pandilla de los jueves con el que tenía una buena relación. Con 27 años fueron de viaje por Europa en tren y guardaban de aquella época buenos recuerdos que salían a la palestra en cuanto tomaban dos o tres cervezas.
Joaquín llamó a Fidel diciéndole que iba a ir a un retiro y que no quería ir solo y que había pensado en él como acompañante.
Fue un choque. Él jamás se hubiera propuesto hacer algo así. Su primera contestación fue un NO rotundo.
Joaquín que ya lo tenía todo pensado, utilizó el anzuelo de que posiblemente allí podrían conocer a alguna chica. Hizo diana, pues ese era el punto débil de Fidel y empezó a mostrar un cierto interés, preguntando qué tipo de retiro era ese.
Joaquín ya había estado otras veces en retiros de crecimiento personal y su vida había cambiado mucho. Realmente el motivo de llamar a Fidel era porque estaba preocupado por él... últimamente su carácter se estaba oscureciendo y se mostraba cada vez más apagado y aislado.
Quería que Fidel saliera de su casa, se relacionara con otras personas y sobre todo que tuviera la oportunidad de empezar a hacer un trabajo personal que le ayudara a despertar de ese estado de adormilamiento en el que estaba sumido.
Él mismo, tras haber participado en 3 retiros de este tipo había dejado aquel trabajo de comercial que tanto le aburría y había abierto su propio negocio, que estaba prosperando.
Había arreglado su relación con su ex pareja y pudo recuperar así la relación con su hijo.
Su vida se había transformado positivamente en casi todas su áreas y aunque seguían apareciendo problemas en su día a día, ahora tenía herramientas para gestionarlos.
Consciente de todos lo beneficios que le reportaría a Fidel este tipo de retiros y dado el cariño que sentía por él, insistió durante un buen rato ante sus negativas.
Al terminar la llamada, Fidel estaba completamente convencido de que NO iría a aquel lugar donde la gente iba a “abrirse”, le parecía una cursilería y que era para gente con “problemas”.
Joaquín contuvo su ímpetu hasta el siguiente jueves, cuando se volvieron a juntar en el bar.
Al principio disimuladamente no mostró interés por el tema, pero a la tercera cerveza, cuando vio flaquear las barreras de Fidel, aprovechó para sacar punta al tema de que hacía mucho que no conocía a una chica. Su anterior pareja lo dejó de forma tan abrupta que nunca volvió a abrir su corazón.
Aunque el tema de las chicas era una excusa, también entrañaba una gran parte de verdad y aquella veracidad tocó la fibra de Fidel. Así que en un acto de confianza ciega, se puso en las manos de su amigo sin hacer muchas más preguntas.
Joaquín, en un abrazo, le transmitió una paz y una sensación de comprensión y acogimiento que fueron suficientes para que su querido amigo tomara la decisión tan necesaria de salir de su zona de confort.
Al cabo de seis semanas llegó el día y Fidel, temeroso y lleno de recelo, siguió el plan trazado.
Aunque sus resistencias eran fuertes, durante aquel tiempo se había ido despertando en él una curiosidad que con el paso de los días se transformó en un notable interés.
Llegaron a una casa rural en pleno campo, tras un viaje de dos horas en coche en el que Joaquín no desveló nada de lo que se iban a encontrar.
A su llegada, la mayor parte de pensamientos de Fidel eran juicios que saboteaban cualquier intento de apertura. Juicios con la gente, con la comida, con el ambiente. Todo era nuevo y se sentía ajeno a aquel medio.
Pero poco a poco, con el paso de los días comenzó a sentirse cada vez más a gusto y se fue soltando cada vez más gracias a las nuevas relaciones, los espacios de movimiento corporal, danza, meditación y sobre todo a los espacios de desarrollo personal donde empezó a darse cuenta de que le gustaría mucho vivir su vida de forma más plena.
Y se fue abriendo a sentir más: más empatía hacia los demás, más amor hacia sí mismo y hacia las pequeñas cosas de la vida y más ganas de estar alegre.
Esta toma de conciencia fue tan honda en su interior que le cambió hasta el rostro. Tenía otra cara. Parecía que hubiera florecido algo en su interior.
La historia de Fidel es remarcable.
Aparentemente es una historia común, poco especial.
Pero es la historia del despertar que está sucediendo ahora mismo en muchas personas, en todo el planeta. A tu alrededor, en todas partes.
Llegan aires de transformación evolutiva y Fidel es uno de los que ya han dado el salto y han salido del modo automático para tomar la vida y experimentarla en su totalidad. Con sus luces y sus sombras, con todo lo que trae.
Si Fidel pudo dar el cambio, todos podemos.
Y es lo que más estamos necesitando como especie, como familia, como sociedad, como individuos. Como seres humanos.